El sacrificio del inocente caballo que no disfrutó de una carrera de competición más
Imaginemos a una persona deportista corriendo sobre el asfalto. Un asfalto que, en épocas de verano, está a una temperatura muy alta.
El personal médico siempre ha advertido del riesgo de correr sobre el asfalto, ya que puede ocasionar lesiones musculares y/o desgaste articular, y que en muchas ocasiones produce un impacto que el cuerpo humano apenas soporta. Ahora imaginemos a un caballo. No uno galopando libre por el campo, sino uno obligado a correr y no por instinto, ni por libertad, sino por el gusto de su humano que reivindica la tradición y el espectáculo. Un momento donde el ego humano se pone por delante después de manejar al antojo la vida de otros, de aquellos que no pueden defenderse. El sábado 21 de junio de 2025, se llevó a cabo la carrera Roque Prieto, una carrera de caballos.
En cada carrera hay ruido, gritos, multitudes, nerviosismo. Un entorno agitado que genera tensión, ansiedad y/o miedo. Los animales no comprenden lo que pasa: sólo sienten el estrés, la presión de correr sin saber por qué cuando no hay una amenaza. Así que, lo que para el público es emoción, para ellos es una confusión.
En Guía, Gran Canaria, durante las fiestas de San Pedro, una celebración que conmemora el martirio, un caballo cayó violentamente mientras corría sobre la calzada. El caballo sufrió una fractura en la pata que fijó su destino: la muerte. Fue sacrificado.
Las redes estallan tras la muerte de un caballo en una carrera en Gran Canaria
No es justo y no lo fue nunca. Porque ese caballo debía vivir de acuerdo a su naturaleza: correr libre, sin asfalto bajo sus cascos, sin gritos ni presión, sin la carga del ego humano imponiéndole un destino que no era suyo. Era y es un ser noble, inocente, convertido en mártir por la ignorancia y el orgullo de aquellas personas que aún confunden cultura con crueldad.
El asfalto no perdona, ni a deportistas ni a animales. Pero hay una diferencia fundamental: los caballos no eligen participar. No eligen y no firman el consentimiento, no comprenden la lógica de una competición ni comparten la necesidad del ser humano de ganar medallas y trofeos. Entre risas, miradas y aplausos, hay sangre fría. Esa capacidad de actuar sin empatía, sin compasión, sin remordimiento es lo que nos está llevando directamente a lugares oscuros; a justificar lo injustificable, como el sacrificar vidas por entretenimiento, a priorizar el ego y la tradición sobre la ética y a perder el vínculo con nuestra humanidad y con la naturaleza que nos rodea.

Por suerte, si es que a eso se le puede llamar suerte, ya no tendrá que volver a enfrentarse a esta muerte lenta, disfrazada de tradición y convertida en espectáculo. Su sufrimiento terminó, pero no de la forma en que debería haberlo hecho.
Texto: Raquel D.
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